domingo, 27 de mayo de 2012

El juego de la vida.


El tema de hoy no tiene una relación directa con la astronomía, sin embargo parte de una premisa relacionada con la misma que se planteó hace tiempo para entender el universo. La conocida frase de descartes "pienso, luego existo" es lo que quiero poner en duda.

La Física es la herramienta que el hombre tiene para explicar cómo ocurren los eventos en el universo. Describe el funcionamiento de las leyes naturales e intenta predecir como incidirán en un futuro sobre un objeto determinado. Sin embargo no explican el porqué de lo que ocurre en la naturaleza. El hombre intenta dar significado a sus experiencias interpretando lo que recibe a través de su cerebro, y así explica su realidad. La manera en la que se percibe está determinada por las leyes naturales del entorno en el que se desarrollan las experiencias recogidas, luego estas leyes determinan la realidad perceptible.

En un intento de entender porqué y no cómo las cosas son de la manera que son, en 1970 John Conway desarrolló un experimento teórico muy interesante, lo llamo 'El juego de la vida'. Este experimento consistía en jugar a ser Dios para entender como se comportaría un universo hipotético con unas leyes establecidas por el propio John. Para hacerlo simple John creó un universo de 2 dimensiones, un tablero de ajedrez infinito. Sólo había dos tipos de casillas, las verdes que significaban vida y las negras que significaban muerte. Después estableció tres leyes:

1- Un cuadrado vivo (verde) con dos o tres vecinos vivos (verdes) sobreviviría.
2-Un cuadrado muerto (negro) con exactamente tres vivos constituiría un ser vivo.
3-La última ley englobaba el resto de casos en los que la vida sobrevive o perece en su infinidad de posibilidades.

Después de analizar los resultados, la combinación de casillas mostraba patrones en los que obviamente la vida había salido adelante simplemente teniendo en cuenta la posibilidad de maniobras que ofrecía ese universo de 2 dimensiones (atrás-delante e izquierda-derecha) a la casilla verde. En algunos casos se habían formado en las infinitas combinaciones, agrupaciones de casillas que representaban seres vivos, y que matemáticamente podían elegir en que dirección desplazar sus casillas para evitar la muerte. Es decir, tenían inteligencia artificial a un nivel muy básico. Las casillas sabían elegir la opción más adecuada para su supervivencia como respuesta a un supuesto concreto.

Volviendo al punto inicial y tomando las casillas como ejemplo, se puede decir que un universo como el que ocupamos con cuatro dimensiones ofrece un abanico de posibilidades mucho más complejo, del cual el ser humano ha sido uno de los resultados posibles. El hombre se caracteriza del resto de las criaturas por su capacidad de pensar, algo que lo convierte en un ser diferente del resto, se trata de un ser vivo consciente de su propia existencia y con capacidad de razonar. Sin embargo, no somos más que casillas aglomeradas en un sistema más complejo que el de John, por lo que podríamos deducir que lo que el ser humano entiende por pensar y razonar, no es más que un computo de decisiones óptimas tan complejo que es imposible llegar a entender debido a su avanzada matemática, y que por simplificar llamamos libre albedrío. En otras palabras, la esencia humana, esa habilidad para medir nuestro entorno y decidir, estaría sujeta a normas que una vez entendidas podrían explicar el comportamiento humano y predecir cualquier decisión que tomásemos. Este descubrimiento nos arrebataría lo que tan especiales nos hace, dejándonos como objetos con una capacidad de actuar frente a cualquier estímulo, pero siendo objetos al fin y al cabo. ¿Es entonces el pensar algo artificial y ya programado que nos hace creer ser algo que en realidad no somos?


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